sábado, 26 de abril de 2014

La ciencia de lo insignificante

Esta entrada trata sobre cosas simples e insignificantes, así que no le den importancia. Se relaciona con la psicología, esa "nueva ciencia", que según Rubén Ardila, el padre metafísico, por excelencia, de todos los psicoloquillos colombianos,  sería la ciencia que cambiaría los patrones de conducta de una sociedad, para hacerla más productiva, más inteligente, más científica y menos supersticiosa.  Bueno, después de unas décadas de semejantes premoniciones y elucubraciones entusiastas,  en este país la mayoría de personas piensan que la psicología es eso que hace Annie de Acevedo en televisión: Dar consejos estilo estrato seis a una sociedad que se debate entre la injusticia social y la falta de empleo.
Muchos psicoloquillos, en la historia, han hecho las más fervientes premoniciones, esas que solo pueden defender los profesores en las aulas de clase, pero que se ven de forma nítida, en su inmensa ridiculez, apenas traspasan las puertas de la universidad para llegar a las calles, a la vida ordinaria. Esa vida a la que le tememos tanto los que hemos insistido, casi como autistas,  en lograr  una trascendencia y una importancia digna de una historia épica o un discurso de un ganador del premio nobel. 
B.F Skinner, un psicoloquillo clásico, escribió un libro, Walden Dos, según el cual la utopía humana es posible siempre y cuando entendamos algunas cosas: No somos libres, sino que la ciencia nos hará libres. Sí, la ciencia, dice Skinner, pero la que él prácticamente se inventó. Una serie de procedimientos y reglas para que el ser humano se olvide de sus instintos y se vuelva el ser más cooperativo con los otros, para que todos logren ventajas ante la desigualdad. Bueno, el discurso de Skinner, no sabría como describirlo. Parece, por lo menos, la defensa de la visión romántica, no solo de ciencia, sino también de sociedad. Una visión según la cual la ciencia es el progreso hacia una sociedad sin interpretaciones mentalistas, sin comportamientos supersticiosos, sin necesidad de discusiones racionales y políticas, porque ya todo será cuestión de ingeniería social. En fin, las premoniciones fabuladas de Skinner podrían hacer avergonzar  a un sabio como Isaac Asimov, por saber que su colega de ficciones "científicas" tenía un doctorado y había sido profesor en Harvard. Contrario a las ficciones alocadas de Skinner, la sociedad que ha visto los años venideros, no ve problema en hablar de estados mentales, ni de religiones y mitos, y mucho menos, es una sociedad que cree en la ingeniería como un medio para modificar su comportamiento. Las comunidades estilo Walden dos funcionan por las mismas razones que han funcionado las comunidades Amish durante siglos, no por la ciencia, sino por razones más simples y más humanas. El sueño de Skinner, de Ciencia con mayúscula, y de ficción moralizante, casi comunista, no pasa de ser anecdótico, pero de profético, no tiene absolutamente nada. En fin, no sabría qué podría haber pensado Tomas Hobbes sobre semejante fábula; por lo menos, que Skinner era muy ingenuo. Tal vez John Stuart Mill se habría sorprendido de ver que académicos de siglos posteriores podrían salir con tan pobres argumentos sobre la moralidad humana. David Hume, seguramente habría desconfiado de semejante optimismo en la modificación del comportamiento, comparable en nuestros tiempos a cualquier libro de auto ayuda, con la simple diferencia de que los libros de auto ayuda son más inteligentes, porque no pretenden ser serios. Para Platón, la visión de lo que es la convivencia, según Skinner, podría ser el fracaso de dos mil ochocientos años de filosofía moral y política. Para George Orwell, tal vez sería la prueba de que cualquiera que plantee una Utopía, en serio, y no una distopía ficcionada, no puede ser más que un fanático. 
Pero la psicología, esa nueva carrera que muchos creyeron lograría semejantes alcances sociales, culturales y simbólicos, a duras penas es hoy en día un escampadero de estudiantes dudosos de tomar decisiones en sus vidas y de profesores que se preguntan insistentemente por las suyas. 
Sin embargo, no quiere esto decir que no sea la psicología materia de interés, sino, simplemente, que ha sido escenario de los delirios más particulares, y las ideas más ridículas. 
Tomarse en serio cualquier posición o cualquier teoría sobre la naturaleza que reside en nosotros, sea tal vez el camino más directo a fracasar en tal empresa de comprendernos. Por paradójico que esto resulte, tal vez no deja de ser cierto. 
El caso, es que la sociedad sí ha mejorado, ostensiblemente, pero no por las razones que Skinner planteaba en su ficción Walden dos, ni mucho menos. De hecho, por las razones completamente opuestas: Porque la cooperación humana crece con el uso de la razón política y el cumplimiento de la ley, a pesar de las contradicciones de una sociedad que no usa la tecnología de la modificación del comportamiento para tales fines; por saber reconocer nuestros instintos, y darles cursos aceptables culturalmente, más que por disminuirlos y reemplazarlos con comportamientos moldeados; por entendernos hablando y previendo intenciones, sin tener que defender filosofía alguna sobre por qué la defensa de la libertad individual es una limitación para los colectivos (tal vez la idea más ridícula defendida por alguien en temas de filosofía moral); y los más importante, sin tomarse demasiado en serio la explicación científica de nuestras propias acciones. 
En fin, los compromisos humanos, si algo son, es particulares. En décadas de psicólogos graduados en ciudades colombianas se han repetido las teorías y las filosofías más ambiciosas y peculiares, según las cuales, toda psicología es una ingeniería, o por lo menos, una forma de trasformación social, cultural e individual. Mientras tanto, psicólogos más serios, de otros lares, saben que, a duras penas, en los objetivos de esta particular ciencia, lo mejor es aspirar a una re ingeniería, para entender, con humildad, cómo son realmente las cosas, porque todos los factores humanos que inciden no requieren de tal tecnología, en el fondo profundamente moralizante, de decirle a las personas cómo deben vivir, interpretar lo que les pasa y comportarse en su medio social. 
Daniel Gilbert, uno de esos pocos psicólogos serios, dice que el principal problema de esta disciplina es estudiar, precisamente, lo que a simple vista parece insignificante e innecesario de entender. Pero, tal vez, al aceptar que cualquier meta de esta disciplina es tan espuria y cambiante, como lo es el entretenimiento o la tendencia de opinión, tal vez en ese momento, las academias colombianas logren encontrarse con algunas buenas ideas: con la inmensa profundidad que hay en no querer lograr nada importante, y con el poder explicativo que hay detrás de todo lo insignificante. 




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