domingo, 4 de mayo de 2014

¿Refuerzo?


Una pequeña nota, coloquial, sobre uno de esos términos, extraños, poco intuitivos, poco claros, que a tantos psicoloquillos les gusta usar, llenándose la boca de cientificismo. Y, por arte de magia, he ahí la palabra "refuerzo". Ahora, ¿qué quiere decir?.
A cuántos profesores de psicología he visto repetir una y otra vez los mismos ejemplos de palomas picoteando letras y ratas jalando palancas, solo para obtener comida. Es cierto, entrenar animales muestra más de una cosa interesante. Cuales autómatas, parecieran develarnos los mecanismos presdigitadores que podrían ocultar las causas, o por lo menos, los patrones de nuestras acciones. Y listo, con toda maestría, resultaron diciendo los psicoloquillos, que es que el mecanismo, la función o el patrón que se esconde en todo lo vivo, todo lo activo, es el resultado simple y llano, en nuestras narices casi, de hacer consecuente todo aquello que nos venga en gana. Toda educación, toda cultura, todo lenguaje, sería visto desde entonces como este accidente, donde cada sujeto, cada animal, cada energúmeno, es el causante  y el culpable, a posteriori, de la realización de sus deseos, que terminan, según esta lógica, impecable en apariencia, por condenar a cada acto de libertad y de decisión a ser presa, ya ni siquiera de sus propias necesidades, sino de sus propias contingencias.
En fin, la lógica circular es interminablemente solipsista. Otrora los psicoloquillos se quejaban que hablar de intuiciones y deseos era cosa de nunca acabar, porque si una acción tiene intención, entonces cómo se sabe qué es una cosa y qué es la otra. Bueno, semejante juego tan simple de palabras, que un niño consideraría tonto y ridículo, de querer diferenciar entre un  adjetivo y un verbo, se hizo la delicia de filósofos novatos, adivinando cuál era la causa del mecanismo o la función de todo acto. Entonces, si alguien caminaba erguido, lo hacía por la consecuencia de tal acción, y no por la intención de querer hacerlo; suaz! la piedra filosofal de la psicología había sido encontrada. Años de especulaciones sobre las intenciones y los deseos harían de cualquier análisis introspectivo cosa de exageraciones mentalistas, o engaños categoriales. Sin embargo, el solipsismo seguía. Y seguía, porque para esta lógica, toda acción se entendía simplemente como la repetición del destino fatuo e insignificante de dar forma a sus propios patrones. Ninguna expectativa sería más fuerte que la de las casualidades y las contingencias. El autómata se había liberado de los problemas de la libertad, la decisión, el arrepentimiento y la prospectiva, culpando al mecanismo, a la función, a la contingencia de una vida casi fenomenológica, en extremo ya descriptiva. Los nuevos psicoloquillos parecían entonces los predicadores y los evangelizadores de una existencia donde todos deberíamos liberarnos del peso de las expectativas de nuestra propia mente, para ser presas de las historias y las circunstancias que nos rodean y afectan. Poesía posmoderna; intelectualidad fenomenológica; cientificismo casi delirante.
Ninguno de estos psicoloquillos notaba estar engañado por su mente buscando patrones. Por su lenguaje convencido, en apariencia, de sus propios errores. Ahora, sentían, en su interior, ese interior que ahora decían no existía, que había una revelación. La vida no es de intenciones ni de deseos, nos dijeron. La vida es de accidentes, circunstancias y contingencias. La poesía también accidentada, de ver belleza en el engaño del mundo, pero no en el engaño de la propia mente, se apoderaría de los psicoloquillos. Y desde entonces, se complementaría, de forma casi perfecta, con todo discurso y toda sospecha, de que los problemas del ser humano residen en los hábitos y en las costumbres, pero no en su naturaleza.
Y desde entonces, dirían los psicoloquillos, que quien habita este mundo, no somos nosotros, ni nuestros cuerpos, sino nuestras conductas y nuestras circunstancias. En fin, un delirio casi platónico, con la diferencia de que Platón nunca habría aceptado una visión del ser humano que no le da importancia al significado propio y particular de cada quién.
Ahora, los psicoloquillos quieren ver ese refuerzo en toda acción humana. Pero, la verdad, es que si pudiéramos verlo, cómo ocurre y nos afecta de esa manera, seguramente ya lo habríamos tratado y modificado, a favor de nuestro inmenso interés por ser nosotros, y no nuestras circunstancias, quienes modificamos el mundo en el que vivimos. Los padres ya sabrían cómo modificar con precisión  a sus hijos; los profesores, ya sabrían con precisión cómo motivar a sus alumnos; la psicología sería venerada con más pasión y dedicación que el efecto de toda creencia religiosa ilusoria, y los avances del mundo se explicarían por una ingeniería conductual, y no por los efectos azarosos y casuales que vemos todos los días, donde son las personas, con sus intenciones, sus deseos y sus motivaciones particulares, quienes terminan cambiando la forma como vivimos.
Yo y mi circunstancia, decía Ortega y Gasset, con un efecto ilusorio, ese que solo es posible por como funciona nuestra mente, más que nuestro mundo. La dualidad cartesiana, aquella que peyorativamente y de forma altisonante, critican todos los aspirantes a psicoloquillos, pero que todos definen de forma diferente, no es un pecado, no creo que sea un error.  Creer que los secretos del teatro cartesiano, alguna vez fueron considerados como insignificantes, por esa lógica solipsista y escueta que está en afirmar que nuestras acciones no residen en nuestras intenciones, sino en los rastros fenomenológicos de un mundo inexistente, donde las historias tienen como protagonistas, no a las decisiones y las acciones de las personas, sino a las casualidades y las contingencias casi ciegas, que sinceramente solo son claras para los psicoloquillos, filósofos historicistas y románticos contextuales.
En fin, dicen que la mente es una metáfora, pero eso es precisamente lo que ellos hacen al hablar del mundo y sus circunstancias. Nada más hipotético que el refuerzo, por ejemplo.