viernes, 30 de octubre de 2020

Decálogo: Lo que solo hace falta

 

    Todo optimismo panglosiano tiene sus aristas. Un bobo es feliz con un palo, es un dicho coloquial, y es cierto en parte. Pero no por eso deja de ser cierto que las conquistas de la virtud y de la ciencia, esos caminos escabrosos de la humanidad, son difíciles. Y es que no llegan por la trampa del halago, ni por la superchería de las costumbres académicas, esas que se dedican a exagerar los logros y esconder las deficiencias de sus más fieles practicantes. 

    A pesar de los evidentes avances de la psicología que es protagonizada por algunos destacados investigadores y profesionales extranjeros, quisiera despacharme en un decálogo sobre el pesimismo que se cierne inadvertidamente,  sobre gran parte de esta disciplina. Con una esperanza lastimera, por ver realidad mis pesares, quisiera enumerar los mayores males de esta inexperta ciencia, que he visto ser deformada, incluso torturada, por egos de profesores y banalidades de estudiantes. Defectos humanos y comprensibles, tal vez demasiado humanos para poder ser superados por quienes tomamos el obcecado aliento de dedicarnos a una ciencia que pierde el norte con cada persona que intenta practicarla o pontificar sobre esta. 

    Finalmente, antes de ejercer lo que podría parecer una traición a mí trabajo y a mí profesión, quisiera abogar como defensor de mis propias quejas, resaltando que estos tal vez inoficiosos reclamos, solo tiene como origen el amor y la dedicación por esta novicia ciencia. Así, me subo a púlpito de quienes con ridiculez arengan contra otros, y desahogo estos puntos inquietantes. Para mantener el pesimismo sobre la formación y el ejercicio de la psicología, solo hace falta que:

1. Continuemos igualando el valor de los posgrados en psicología, con los de otras ciencias y disciplinas mucho más desarrolladas. Muy a pesar de los egos que se alimentan con la dedicación de la rutina y los años de experiencia de una hoja de vida, no es cierto que un grado de maestría o doctorado en psicología sea equiparable a sus grados homónimos en ciencias básicas, historia, ingenierías o disciplinas tan desarrolladas como la medicina. 

2. La formación de estudiantes en psicología dependa por entero de profesores que modifican el pensum de sus respectivas materias, solo para hacerlas más afines con sus intereses personales o sus particulares pensamientos. 

3. Como los más extraviados filósofos y científicos que Gulliver visitó en Laputa, los profesores de psicología se dediquen toda su carrera a discutir los temas más intrascendentes, y a publicar sobre los estudios más inútiles; es increíble, pero todavía están los místicos seguidores de la secta de Freud; pero si por un lado llueve, por el otro no escampa. También están los curiosos adoradores de Skinner o Vygotsky, que llegan a las racionalizaciones más recursivas, por resaltar a sus héroes de batallas ideológicas, como los padres de toda ciencia contemporánea.

4. Se siga premiando el grueso y no la calidad real de escritos académicos. Lo sé por experiencia. Las revistas indexadas no son árbitros neutrales o jueces imparciales a favor del mejor conocimiento. Más bien, fueron las redes sociales, antes de las redes sociales. Plataformas dedicadas, no a promover ideas y debates, sino a promover perfiles y nombres de personas. Las revistas indexadas y las plataformas por las cuales se promueven demostraron, antes que Facebook o Twitter, que cualquier noble propósito por compartir conocimiento desinteresadamente queda fácilmente desvirtuado en pocos años para miles de personas. Las redes académicas expiran el esfuerzo del ego, los motivos de la envidia, la banalidad del reconocimiento, y los alcances de la inercia.

5. Continúe la extraña tendencia dada en promover el estudio del DSM como la única fuente de saber en psicología clínica; los afanados estudiantes de psicología parecieran consultar este texto, con los mismos ímpetus con los cuales un desesperado creyente consulta el horóscopo, para que con exageradas piruetas diagnósticas, se cumpla la profecía auto realizada de atribuir un trastorno, curiosamente, por estarlo buscando.

6. Que muchos doctorados de habla hispana sigan resucitando ideas y doctrinas ya anacrónicas. Parecieran a su vez, validar el pensamiento especulativo y conspirativo, más que el científico. Si doctorados en posturas posmodernas, sin bases racionales, con ausencia de filosofía de la ciencia, sin lógica, sin algo matematizable, y totalmente tecnofóbicos, continúan siendo considerados tan valiosos como los esfuerzos de quienes sí logran avances científicos, el camino a seguir de esta disciplina es preocupante. 

7. Si continúan las falsas especializaciones, la disciplina nunca logrará madurez y profundidad. Por ejemplo, no es cierto que los enfoques de psicología social crítica comunitaria sean realmente psicología social. Pero muchos asumen que es un área especializada; tampoco es cierto que la terapia de la conducta haya probado en nuestro medio latinoamericano la efectividad que de ella prometen manuales escritos en otras sociedades, así como nunca se probó el beneficio de terapias psicoanalíticas; y finalmente, todavía no comprendemos el ejercicio de la rehabilitación neuropsicológica en nuestro medio latinoamericano. Muchas de las supuestas especialidades, defendidas con la mayor pasión y contagiadas a estudiantes que siempre creen en la seguridad y los ánimos de sus profesores, nunca han probado realmente serlo. 

8. Seguimos con una supuesta cientificidad, que solo esconde nuestra escasa comprensión de lo que realmente es la ciencia. Con las formas más acomodaticias que solo suceden en las academias, sorpresivamente la mayoría de investigadores realizan estudios con correlaciones de datos, y afirman, sorpresivamente, que valen tanto como experimentos reales. Y además, tales estudios ni siquiera reparan en los problemas de la representatividad, los artificios estadísticos o el escaso valor de los niveles de significancia mal calculados. 

9. Continuamos con una psicología construida con las ideas filosóficas y pseudocientíficas del siglo XX. Aunque la visión sobre la motivación humana que tuvo Freud haya probado ser solo parcialmente cierta, académicos insisten en tomar sus ideas como doctrina indiscutible; aunque libros como Más allá de la libertad de Skinner se lean hoy en día como totalmente anacrónicos en temas de filosofía moral y política pública, y ciencia social en general, todos los formados en las pasiones académicas que vienen del conductismo aún hoy en día resaltan un libro como este con exagerados reconocimientos. 

10. Y finalmente, si sigue el mal uso de la abstracción científica. En la psicología, se habla de validación "científica" de pruebas, sin que realmente sepamos si es cierto que tales procedimientos son científicos; se pontifica sobre terapias basadas en la evidencia, sin que haya realmente pruebas sobre su utilidad humana y social en nuestro medio; se infieren procesos neuropsicológicos, sin una solo prueba psicofisiológica sobre la existencia real de los mismos procesos, supuestos en artículos que se basan en medidas correlacionales indirectas y en juicios clínicos que no tienen ni un solo estudio que pruebe su validez real. En síntesis, hablamos de cosas que no soportan el menor escrutinio, ni siquiera en un plano lógico y racional. 

Tal vez si somos un poco pesimistas a estos respectos, y elogiamos la dificultad dada en ser buenos psicólogos, que muchos parecen desestimar, tal vez entonces logremos ver un poco de optimismo en la formación y en la práctica de esta disciplina. No es fracasomanía, sino acaso un pesimismo consecuente, una renuncia al optimismo panglosiano. Una refutación de la inercia de nuestros tiempos, esa que empuja a tantos a hacer las cosas solo para beneficios abstractos. Solo para incrementar los valores marginales de nuestros trabajos y profesiones, es decir, todo lo vacuo y fútil de nuestros tiempos. Sea esta tal vez una alegoría al escepticismo, al papel de quien, como dijo Michael Oakeshott, confiesa que haría mejor las cosas, si solo supiera cómo hacerlas. 




martes, 28 de junio de 2016

La columna perdida de Rubén Ardila

Me fue imposible encontrar la columna de Rubén Ardila, publicada en El Tiempo 2009 -07-05, llamada "Un solo hijo!". En ella, el único psicólogo colombiano ganador del premio internacional de la Asociación Americana de Psicología (APA), argumenta que es posible educar a las personas para tener un solo hijo, usando condicionamiento operante e instrucción verbal. Una propuesta del Análisis Conductual Aplicado para solucionar los problemas de distribución económica y demografía de un país tan inequitativo, como es Colombia.
El caso, es que pocas columnas han sido tan criticadas, casi ridiculizadas, en los medios; el escrito generó vergüenzas ajenas en destacados foristas. Expertos en la materia, resaltaron la ingenuidad latente en las ideas del destacado psicólogo colombiano, profesor emérito de la facultad de psicología de la Universidad Nacional de Colombia. Las razones fueron varias: Primero, el poco entendimiento por parte de Ardila de las complejas relaciones entre demografía y distribución de las oportunidades económicas; segundo, el talante autoritario de semejante medida, que aunque histórica en una cruda dictadura China, carece de cualquier contexto en latinoamerica; y por último, y principalmente, lo poco práctica que es esta medida realmente, al tratar de modificar conductas mediante técnicas de manipulación del comportamiento de las personas, sin siquiera entender los incentivos detrás del comportamiento sexual humano.
La columna de Ardila, no se encuentra en el archivo de El Tiempo. Me intriga si fue borrada, o extraviada; de ser lo primero, me pregunto los motivos, las razones, la historia de este yerro intelectual de quien es considerado como el padre de la Psicología Colombiana. Y es que, junto con el escandaloso caso de las terapias ABA, como desfalco al Estado Colombiano, y la ignominiosa labor del Colegio Colombiano de Psicólogos para vender las tarjetas profesionales más caras del país, creo que esta profesión, que llamamos la Psicología en Colombia, ciertamente cuenta con unas historias tras bambalinas, que dicen cosas desconcertantes. Más allá de los reconocimientos internacionales, dados por otras facultades de psicología del mundo, y no por otro tipo de instituciones, la endogamia intelectual con la cual se perfilan figuras académicas en esta disciplina, parece permanecer inmune a cualquier cuestionamiento, y a cualquier prueba racional, casi de sentido común. 
Mientras tanto, otros psicólogos destacados en el medio colombiano, siguen escribiendo y publicando artículos en revistas que hacen eco de ideas que no resisten la más mínima crítica por fuera de estos territorios ideológicos tan seguros y confortables. Como si el tiempo y la ciencia no pasaran, no ocurrieran, muchos de ellos siguen dando la razón a ideas que defienden por completo la doctrina de la tabla rasa y los mitos de la modificación cultural, como si fueran ideas todavía científicas, incluso con ilusorias promesas de aplicaciones "tecnológicas".
Es difícil ver a simple vista el choque dado en este caso, entre una academia psicológica encerrada en medio de publicaciones en revistas indexadas totalmente endogámicas, y un medio periodístico nacional, abierto al debate sincero y franco. Esta psicología que heredamos de dicha endogamia, ciertamente no tiene que ser aceptada sin cuestionamientos por otros. Y es que, si importantes cambios sociales dados en días recientes, como el proceso de paz con las FARC, o si importantes reformas nacionales en camino, no piden asesoría alguna de estos "expertos" psicológicos en el cambio social y del comportamiento, es por algo. Es simplemente, la vacuidad de las promesas de una academia importada de nichos investigativos también endogámicos en otros lares.
Por ahora, los testimonios tras bambalinas, tal vez relaten con mayor precisión una historia de avances dudosos, de tímidos progresos, en la academia psicológica colombiana. Seguramente, estas historias dicen mucho más sobre lo que son una academia, y una sociedad, que cientos de artículos publicados en revistas "especializadas". Bueno, tan especializadas, que ni siquiera los asesores de los gobiernos de turno las leen, para aplicar las ambiciosas propuestas de todos estos escritos, que buscan modificar culturas, haciendo del materialismo dialéctico un experimento de humanismo totalitario, pero al fin y al cabo humanismo, dirían delirantes los defensores de la tabla rasa. Al mejor estilo de la obra del psicoloquillo B. F. Skinner, Walden Dos.

domingo, 4 de enero de 2015


Lo que un psicoloquillo conductista cree pasa cuando un niño aprende matemáticas:

"Por ejemplo... en el álgebra las respuestas que probablemente ocurrirán están determinadas no solo por la historia de la persona con respecto a la multiplicación, la división, y estímulos relacionados, sino también con respecto a si el sujeto ha tenido una historia de reforzamiento por variar estas y otras respuestas relacionadas. .."(Chase, 2003).

En fin, las matemáticas, según dirían, no serían más que el dominio de un repertorio de acciones, que de manera acumulativa irían de poder ejecutar una suma, a ejecutar multiplicaciones, luego restas, y luego divisiones. Suena lógico, como suena lógico cualquier argumento con sus propios criterios de verdad pre-establecidos. Según el conductismo, las operaciones matemáticas son lo que un niño aprende al asociar números escritos con cantidades de cosas y símbolos de las mismas operaciones; 2+2=4 sería un estímulo que luego generaría una generalziación de las respuesta de suma cuando diversas respuestas prueban que la capacidad aditiva es dominada, frente a una variabilidad de opciones: 2+1 no es 4, ni 3+3 es 3. Es curioso, en tanto que el dominio de la cantidad, requerido para realizar operaciones escritas de este tipo,  es un concepto que ya conoce la mente de un niño antes de siquiera haber visto números escritos. Y de por sí, totalmente independiente del lenguaje, en tanto que la palabra "tres" dista tanto de la comprensión intuitiva de una cantidad. Por ejemplo, un niño pequeño puede entender fácilmente que hay tres tristes tigres, y que por ello la emoción de los tres no se multiplica exponencialmente, sino solo los reconoce o imagina como tristes, aunque en la vida haya visto o conocido sobre tigres que están tristes. Este tipo de juegos mentales y de lenguaje son inquietudes, tal vez exagerados, pero irremediables con la postura conductista. Tal vez, la postura que en mayor medida prometió y no pudo cumplirle a la ciencia del comportamiento.
No quiere esto decir que se ignore el aporte del estudio del condicionamiento a los problemas emocionales de los organismos, ni sexuales, entre otros temas. Pero la visión que del "pensamiento", el "razonamiento" y el lenguaje se pueden tener, ha resultado de lo menos fructífera. Ha dejado a quienes insisten en esta aproximación,  presas de una lógica y de un discurso, como lo fueran los expertos en la cábala, el tarot o  la alquimia. Pero de ciencia, poco realmente.
Me pregunto si la historia de las matemáticas podría tener algo se similar con el enfoque conductista, pero lo dudo considerablemente. Por ejemplo, algunos podrían argumentar que el alfabeto numérico romano no era un estímulo o contexto de control de estímulos tan apropiado para desarrollar el pensamiento matemático, como lo fue el surgimiento del alfabeto numérico arábigo, y que por ello la matemática no es cosa de la mente tanto como de las herramientas estimulares; pero ello no explicaría por qué la matemática igual desarrolló conceptos de cantidad y adición en otras culturas ajenas al alfabeto arábigo, como la azteca o la china. Es más, el pensamiento arábigo desarrolló su propio alfabeto al pensar en el 0, una cantidad inexistente, un concepto que se basa, precisamente, en la ausencia de eso que podrían llamar estímulo. En fin, la complejidad y automatización del pensamiento matemático, sin duda habla más de la naturaleza ilimitada de la mente humana que de la estructura simbólica y limitada de las herramientas con las cuales se ejemplifica y se trabaja en un medio ambiente. Obviamente, esta discusión también cuestiona el extremismo ambientalista y culturalista de la psicología constructivista, creada a partir de los interesantes, pero sin ninguna prueba científica rreal, de un joven Lev Vygotsky, quién ni siquiera superó los 31 años de edad. 

domingo, 4 de mayo de 2014

¿Refuerzo?


Una pequeña nota, coloquial, sobre uno de esos términos, extraños, poco intuitivos, poco claros, que a tantos psicoloquillos les gusta usar, llenándose la boca de cientificismo. Y, por arte de magia, he ahí la palabra "refuerzo". Ahora, ¿qué quiere decir?.
A cuántos profesores de psicología he visto repetir una y otra vez los mismos ejemplos de palomas picoteando letras y ratas jalando palancas, solo para obtener comida. Es cierto, entrenar animales muestra más de una cosa interesante. Cuales autómatas, parecieran develarnos los mecanismos presdigitadores que podrían ocultar las causas, o por lo menos, los patrones de nuestras acciones. Y listo, con toda maestría, resultaron diciendo los psicoloquillos, que es que el mecanismo, la función o el patrón que se esconde en todo lo vivo, todo lo activo, es el resultado simple y llano, en nuestras narices casi, de hacer consecuente todo aquello que nos venga en gana. Toda educación, toda cultura, todo lenguaje, sería visto desde entonces como este accidente, donde cada sujeto, cada animal, cada energúmeno, es el causante  y el culpable, a posteriori, de la realización de sus deseos, que terminan, según esta lógica, impecable en apariencia, por condenar a cada acto de libertad y de decisión a ser presa, ya ni siquiera de sus propias necesidades, sino de sus propias contingencias.
En fin, la lógica circular es interminablemente solipsista. Otrora los psicoloquillos se quejaban que hablar de intuiciones y deseos era cosa de nunca acabar, porque si una acción tiene intención, entonces cómo se sabe qué es una cosa y qué es la otra. Bueno, semejante juego tan simple de palabras, que un niño consideraría tonto y ridículo, de querer diferenciar entre un  adjetivo y un verbo, se hizo la delicia de filósofos novatos, adivinando cuál era la causa del mecanismo o la función de todo acto. Entonces, si alguien caminaba erguido, lo hacía por la consecuencia de tal acción, y no por la intención de querer hacerlo; suaz! la piedra filosofal de la psicología había sido encontrada. Años de especulaciones sobre las intenciones y los deseos harían de cualquier análisis introspectivo cosa de exageraciones mentalistas, o engaños categoriales. Sin embargo, el solipsismo seguía. Y seguía, porque para esta lógica, toda acción se entendía simplemente como la repetición del destino fatuo e insignificante de dar forma a sus propios patrones. Ninguna expectativa sería más fuerte que la de las casualidades y las contingencias. El autómata se había liberado de los problemas de la libertad, la decisión, el arrepentimiento y la prospectiva, culpando al mecanismo, a la función, a la contingencia de una vida casi fenomenológica, en extremo ya descriptiva. Los nuevos psicoloquillos parecían entonces los predicadores y los evangelizadores de una existencia donde todos deberíamos liberarnos del peso de las expectativas de nuestra propia mente, para ser presas de las historias y las circunstancias que nos rodean y afectan. Poesía posmoderna; intelectualidad fenomenológica; cientificismo casi delirante.
Ninguno de estos psicoloquillos notaba estar engañado por su mente buscando patrones. Por su lenguaje convencido, en apariencia, de sus propios errores. Ahora, sentían, en su interior, ese interior que ahora decían no existía, que había una revelación. La vida no es de intenciones ni de deseos, nos dijeron. La vida es de accidentes, circunstancias y contingencias. La poesía también accidentada, de ver belleza en el engaño del mundo, pero no en el engaño de la propia mente, se apoderaría de los psicoloquillos. Y desde entonces, se complementaría, de forma casi perfecta, con todo discurso y toda sospecha, de que los problemas del ser humano residen en los hábitos y en las costumbres, pero no en su naturaleza.
Y desde entonces, dirían los psicoloquillos, que quien habita este mundo, no somos nosotros, ni nuestros cuerpos, sino nuestras conductas y nuestras circunstancias. En fin, un delirio casi platónico, con la diferencia de que Platón nunca habría aceptado una visión del ser humano que no le da importancia al significado propio y particular de cada quién.
Ahora, los psicoloquillos quieren ver ese refuerzo en toda acción humana. Pero, la verdad, es que si pudiéramos verlo, cómo ocurre y nos afecta de esa manera, seguramente ya lo habríamos tratado y modificado, a favor de nuestro inmenso interés por ser nosotros, y no nuestras circunstancias, quienes modificamos el mundo en el que vivimos. Los padres ya sabrían cómo modificar con precisión  a sus hijos; los profesores, ya sabrían con precisión cómo motivar a sus alumnos; la psicología sería venerada con más pasión y dedicación que el efecto de toda creencia religiosa ilusoria, y los avances del mundo se explicarían por una ingeniería conductual, y no por los efectos azarosos y casuales que vemos todos los días, donde son las personas, con sus intenciones, sus deseos y sus motivaciones particulares, quienes terminan cambiando la forma como vivimos.
Yo y mi circunstancia, decía Ortega y Gasset, con un efecto ilusorio, ese que solo es posible por como funciona nuestra mente, más que nuestro mundo. La dualidad cartesiana, aquella que peyorativamente y de forma altisonante, critican todos los aspirantes a psicoloquillos, pero que todos definen de forma diferente, no es un pecado, no creo que sea un error.  Creer que los secretos del teatro cartesiano, alguna vez fueron considerados como insignificantes, por esa lógica solipsista y escueta que está en afirmar que nuestras acciones no residen en nuestras intenciones, sino en los rastros fenomenológicos de un mundo inexistente, donde las historias tienen como protagonistas, no a las decisiones y las acciones de las personas, sino a las casualidades y las contingencias casi ciegas, que sinceramente solo son claras para los psicoloquillos, filósofos historicistas y románticos contextuales.
En fin, dicen que la mente es una metáfora, pero eso es precisamente lo que ellos hacen al hablar del mundo y sus circunstancias. Nada más hipotético que el refuerzo, por ejemplo.

sábado, 26 de abril de 2014

La ciencia de lo insignificante

Esta entrada trata sobre cosas simples e insignificantes, así que no le den importancia. Se relaciona con la psicología, esa "nueva ciencia", que según Rubén Ardila, el padre metafísico, por excelencia, de todos los psicoloquillos colombianos,  sería la ciencia que cambiaría los patrones de conducta de una sociedad, para hacerla más productiva, más inteligente, más científica y menos supersticiosa.  Bueno, después de unas décadas de semejantes premoniciones y elucubraciones entusiastas,  en este país la mayoría de personas piensan que la psicología es eso que hace Annie de Acevedo en televisión: Dar consejos estilo estrato seis a una sociedad que se debate entre la injusticia social y la falta de empleo.
Muchos psicoloquillos, en la historia, han hecho las más fervientes premoniciones, esas que solo pueden defender los profesores en las aulas de clase, pero que se ven de forma nítida, en su inmensa ridiculez, apenas traspasan las puertas de la universidad para llegar a las calles, a la vida ordinaria. Esa vida a la que le tememos tanto los que hemos insistido, casi como autistas,  en lograr  una trascendencia y una importancia digna de una historia épica o un discurso de un ganador del premio nobel. 
B.F Skinner, un psicoloquillo clásico, escribió un libro, Walden Dos, según el cual la utopía humana es posible siempre y cuando entendamos algunas cosas: No somos libres, sino que la ciencia nos hará libres. Sí, la ciencia, dice Skinner, pero la que él prácticamente se inventó. Una serie de procedimientos y reglas para que el ser humano se olvide de sus instintos y se vuelva el ser más cooperativo con los otros, para que todos logren ventajas ante la desigualdad. Bueno, el discurso de Skinner, no sabría como describirlo. Parece, por lo menos, la defensa de la visión romántica, no solo de ciencia, sino también de sociedad. Una visión según la cual la ciencia es el progreso hacia una sociedad sin interpretaciones mentalistas, sin comportamientos supersticiosos, sin necesidad de discusiones racionales y políticas, porque ya todo será cuestión de ingeniería social. En fin, las premoniciones fabuladas de Skinner podrían hacer avergonzar  a un sabio como Isaac Asimov, por saber que su colega de ficciones "científicas" tenía un doctorado y había sido profesor en Harvard. Contrario a las ficciones alocadas de Skinner, la sociedad que ha visto los años venideros, no ve problema en hablar de estados mentales, ni de religiones y mitos, y mucho menos, es una sociedad que cree en la ingeniería como un medio para modificar su comportamiento. Las comunidades estilo Walden dos funcionan por las mismas razones que han funcionado las comunidades Amish durante siglos, no por la ciencia, sino por razones más simples y más humanas. El sueño de Skinner, de Ciencia con mayúscula, y de ficción moralizante, casi comunista, no pasa de ser anecdótico, pero de profético, no tiene absolutamente nada. En fin, no sabría qué podría haber pensado Tomas Hobbes sobre semejante fábula; por lo menos, que Skinner era muy ingenuo. Tal vez John Stuart Mill se habría sorprendido de ver que académicos de siglos posteriores podrían salir con tan pobres argumentos sobre la moralidad humana. David Hume, seguramente habría desconfiado de semejante optimismo en la modificación del comportamiento, comparable en nuestros tiempos a cualquier libro de auto ayuda, con la simple diferencia de que los libros de auto ayuda son más inteligentes, porque no pretenden ser serios. Para Platón, la visión de lo que es la convivencia, según Skinner, podría ser el fracaso de dos mil ochocientos años de filosofía moral y política. Para George Orwell, tal vez sería la prueba de que cualquiera que plantee una Utopía, en serio, y no una distopía ficcionada, no puede ser más que un fanático. 
Pero la psicología, esa nueva carrera que muchos creyeron lograría semejantes alcances sociales, culturales y simbólicos, a duras penas es hoy en día un escampadero de estudiantes dudosos de tomar decisiones en sus vidas y de profesores que se preguntan insistentemente por las suyas. 
Sin embargo, no quiere esto decir que no sea la psicología materia de interés, sino, simplemente, que ha sido escenario de los delirios más particulares, y las ideas más ridículas. 
Tomarse en serio cualquier posición o cualquier teoría sobre la naturaleza que reside en nosotros, sea tal vez el camino más directo a fracasar en tal empresa de comprendernos. Por paradójico que esto resulte, tal vez no deja de ser cierto. 
El caso, es que la sociedad sí ha mejorado, ostensiblemente, pero no por las razones que Skinner planteaba en su ficción Walden dos, ni mucho menos. De hecho, por las razones completamente opuestas: Porque la cooperación humana crece con el uso de la razón política y el cumplimiento de la ley, a pesar de las contradicciones de una sociedad que no usa la tecnología de la modificación del comportamiento para tales fines; por saber reconocer nuestros instintos, y darles cursos aceptables culturalmente, más que por disminuirlos y reemplazarlos con comportamientos moldeados; por entendernos hablando y previendo intenciones, sin tener que defender filosofía alguna sobre por qué la defensa de la libertad individual es una limitación para los colectivos (tal vez la idea más ridícula defendida por alguien en temas de filosofía moral); y los más importante, sin tomarse demasiado en serio la explicación científica de nuestras propias acciones. 
En fin, los compromisos humanos, si algo son, es particulares. En décadas de psicólogos graduados en ciudades colombianas se han repetido las teorías y las filosofías más ambiciosas y peculiares, según las cuales, toda psicología es una ingeniería, o por lo menos, una forma de trasformación social, cultural e individual. Mientras tanto, psicólogos más serios, de otros lares, saben que, a duras penas, en los objetivos de esta particular ciencia, lo mejor es aspirar a una re ingeniería, para entender, con humildad, cómo son realmente las cosas, porque todos los factores humanos que inciden no requieren de tal tecnología, en el fondo profundamente moralizante, de decirle a las personas cómo deben vivir, interpretar lo que les pasa y comportarse en su medio social. 
Daniel Gilbert, uno de esos pocos psicólogos serios, dice que el principal problema de esta disciplina es estudiar, precisamente, lo que a simple vista parece insignificante e innecesario de entender. Pero, tal vez, al aceptar que cualquier meta de esta disciplina es tan espuria y cambiante, como lo es el entretenimiento o la tendencia de opinión, tal vez en ese momento, las academias colombianas logren encontrarse con algunas buenas ideas: con la inmensa profundidad que hay en no querer lograr nada importante, y con el poder explicativo que hay detrás de todo lo insignificante. 




sábado, 25 de enero de 2014

Quieren confundirnos!

John Tooby
Esos positivistas, esos psicólogos evolucionistas, quieren confundirnos. Hacernos creer que las ciencias naturales y las ciencias sociales son lo mismo. Hacernos pensar que Dios no existe porque la religión puede explicarse con la ciencia, que tal, atrevidos! Y uno de sus peores representantes, John Tooby, con estas necias palabras:

"La crítica a la forma tradicional como se han hecho las ciencias sociales, desde las psicología cognitiva evolucionista, no consiste en creer que los modelos tradicionales hayan subestimado el impacto de los factores biológicos con respecto a su impacto en los factores ambientales de la vida humana. En lugar de ello, la crítica ha estado en que el modelo tradicional de las ciencias sociales ha insistido en mantener un marco conceptual según el cual los "los factores biológicos" y "los factores ambientales" se refieren a lugares mutuamente excluyentes, que explican de manera diferencial sus causas, en una especie de relación de Suma-Cero, de modo que, si un factor explica más "lo biológico", entonces explica menos lo "ambiental y social", y viceversa.